Sobre los talleres de traducción literaria en el CIAM
Entre los días 7 y 9 del pasado mes de junio, el Centro Internacional Antonio Machado de Soria, vinculado al Instituto Cervantes y en colaboración con ACE Traductores, acogía a un nutrido grupo de profesionales y estudiantes de traducción literaria, llegados desde distintos puntos de Europa y de varias ciudades españolas, casi como peregrinos, para participar en la segunda edición de los Talleres de Traducción Literaria que, en esta ocasión, impartían tres traductores excepcionales con una larga y consolidada trayectoria: el eminente Adan Kovacsics, la prolífica Celia Filipetto y el aliciano Juan Gabriel López Guix.
Como rezaba el anuncio de estas jornadas, nos congregaríamos en el magnífico edificio histórico que albergó al antiguo Convento de la Merced antes de convertirse en sede de la Fundación Duques de Soria, para dedicar el fin de semana a la actividad milenaria de verter un idioma en otro. Una tarea que perdura y no se acaba, como el rayo que no cesa. En este marco renacentista, el director del CIAM, José Ángel González Sainz —también escritor y traductor literario—, pronunció unas cordiales palabras de bienvenida ante la concurrencia, y unos pocos minutos después ya todos formábamos corrillos y empezábamos a charlar. Las conversaciones se animaron enseguida entre profesores, organizadores y participantes.
Al día siguiente, nos acomodábamos puntualmente en las aulas con la curiosidad y el apremio de los niños el primer día de colegio. Ningún autor escribe igual que otro, del mismo modo que tampoco hay dos frases idénticas, y por más experiencia acumulada, difícilmente se puede evitar la sensación de eterno comienzo ante la primera página que vamos a traducir.
Como cabía esperar, el taller de inglés-castellano dirigido por J. G. López Guix fue el más concurrido. Y todos estaban encantados por haberse atrevido con la extraña criatura de Jabberwocky. También Celia Filippetto, atrajo a un buen número de participantes, todas mujeres precisamente, que la miraban atentas mientras hablaba sobre su traducción de Lacci, de Domenico Estarnone, publicado como Ataduras. Las vi en algunos momentos a través de los cristales del aula de enfrente, asignada a Adan Kovacsics. Nosotros, los de alemán, éramos un grupo bastante reducido, y apenas entramos por la puerta ya estábamos entregados. Empezamos la sesión con la lectura en voz alta de «El escudo de Jotán» de Sánchez Ferlosio, un cuento de frases interminables que nos dejaban casi sin aliento. Aquella hipotaxis nos curó de espantos de manera rotunda. Tradujimos un relato de Heiner Müller y al otro día a Robert Walser. La tarea se hizo entre todos, cuidadosamente, sin prisa y sin pausa —la ignoramos—, en un ambiente de absoluta camaradería, bajo la inestimable tutela de nuestro maestro. Ha sido una experiencia maravillosa, muy grata y fructífera, y no solo en el aula.
Hubo tiempo igualmente para disfrutar de la ciudad, con sus exquisitas joyas del románico, en compañía del director del CIAM, J. Á. González, que amenizaba el paseo por los lugares más emblemáticos con su interesante e instructiva forma de contar. Es de agradecer también que tanto él, como la coordinadora académica, Graciela Fantini, estuvieran siempre tan pendientes de nuestras necesidades. Ha sido un fin de semana de traducción y relación, de amena conversación y paisaje soriano. Un auténtico gusto.
Isabel Romero, traductora.
Junio de 2019